martes, 6 de mayo de 2008

De anzuelos, gusanos, mentiras y costes

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Todos los estafados habían pensado en algún momento que la situación los beneficiaba, la mayoría habían pasado un rato relamiéndose en secreto de su ganancia posterior, muchos habían disfrutado creyendo que eran ellos los piolas que estaban estafando al otro...
¿Haría yo lo mismo cuando me tragaba algún anzuelo?
Sí, claro que hacía eso.
Claro que eso es lo que hago cuando me engancho.
“Engancharme” no es otra cosa que quedarme colgado de cualquier promesa o afirmación que suene agradable a mis oídos.
...”Engancharse”... hasta recuerda al anzuelo...
Y cómo no va a resonar así. Hasta la misma expresión castellana de “tragarse el anzuelo” ya insinúa este punto.
¡Tragarse un anzuelo en el que hay que ensartada una tentadora lombriz o peor aún, una atractiva, colorida y vistosa mosca... de plástico!.Me engancho... me trago el anzuelo... ¿con qué encarnan los otros... los que pescan? ... ¿cuáles son las lombrices que más me apetecen?...
las promesas de amor eterno...
la fantasía de aceptación total...
la valoración y el reconocimiento de los otros...
el deseo de ver primero lo que nadie vio...
la vanidad de destacarme por sobre el resto...
la mirada que me ve como yo quisiera ser...
la permanencia incondicional de otro a mi lado...
y tantas otras...
¡tantas!
Yo me daba cuenta de que con el tiempo, la experiencia y el crecimiento, aprendía a escupir cada vez más rápido los anzuelos que me tragaba, pero... ¿y las heridas?
—¿Y las heridas, gordo? –le pregunté— ¿y las heridas? Tú me enseñas a despreciar las lombrices muertas y descoloridas, me muestras permanentemente cuáles son las mosquitas de plástico para que no me ensarte con los anzuelos, pero me parece que no me muestras cómo hacer para no lastimarme.
Parece que el destino de nosotros los crédulos, es terminar andando por la vida cosidos de cicatrices que fueron dejando algunos anzuelos que mordimos y otros que nos tragamos. Por lo menos, yo lo que quiero es no lastimarme más, gordo. Me niego a quedar en manos de la decisión de otros de dañarme o curarme. No quiero...
—Es el precio, Demián, es el precio. ¿Te acuerdas de la rosa de El Principito?
—Sí... Ya sé adónde apuntas: “... debo soportar algunos gusanos si quiero conocer las mariposas...”
—Eso –confirmó Jorge.
Me quedé en silencio rumiando una extraña mezcla de dolor, indignación, resignación e impotencia.
Después me quejé:
—Sigo pensando que el mentiroso tiene demasiadas ventajas y pocos costes.
—A veces sí y a veces, no –dijo el gordo—. La mentira tiene muchas contras. De todas maneras, lo peor de la mentira es que NO SIRVE... Antes o después, toda mentira queda expuesta y todo lo aparentemente conseguido, se desvanece como la niebla al salir el sol... y es más: a veces la vida hace justicia y el engaño se vuelve en contra del mentiroso.

Fragmento de Déjame que te cuente (Jorge Bucay)



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