jueves, 4 de septiembre de 2008

Niño de colores

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Si en algún momento dejó de serlo… cuando lo fue, fue un niño de colores.


Nació en un día verde, y aunque los gritos de su madre eran rojos de dolor y miedo… también lo eran del amor y la ternura que irremediablemente comenzó a respirar en su primer llanto. Jamás entendió por qué esos señores con batas, tapados hasta las cejas y con las manos de fría textura levantadas hacia los focos, le manipulaban y le daban vueltas de un lado para otro. Tenía pánico y sentía frío, y aún recuerda aquella sequedad en la garganta. Pero sabía que a su alrededor todo era verde… y aquello le calmaba.


Años más tarde, entre sus numerosas reflexiones sobre todo los colores existentes y alguno que sólo él puede percibir, encontré un gran razonamiento sobre el color verde; el color verde siempre fue especial para él, quizá por aquellos primeros recuerdos. Decía que el verde, en toda su gama, era el color de la vida misma. Un bosque lleno de vida es verde. Una charca de agua estancada, que sólo tiende a la podredumbre... también lo es. Sin embargo, donde otros vieron solo muerte e insalubridad en ese charco, él vio algas que nada tenían que envidiar a las hojas de los árboles y a las plantas de las riberas… esas que son siempre punto de partida. Un punto, de pronto, lleno de ilusión.


Así fue que al entenderlo no pude hacer otra cosa que sonreír, y sin más… añadí como en un susurro de carboncillo: “A mí el verde… me provoca sonrisas”.


Tras aquel verde nacimiento, una vez aseado, arropado y habiendo pasado algún que otro tiempo en brazos de su madre, las cosas se tornaron blancas durante unos días. Días de espera y sueño le amoldaban a esa ausencia de color, y se sentía vacío… y no podía parar de llorar. Había descubierto en una de esas tardes estériles que abriendo mucho la boca y mostrando sus encías desdentadas, con una pequeña dosis de concentración su madre aparecía y por un momento el rojo le acompañaba y podía recordar sin esfuerzo el verde de aquellos minutos de gloria.


Cuando me siento frente a sus ojos perdidos y escucho en un eterno silencio el relato de los recuerdos de aquellos días… siento la urgente necesidad de un abrazo; sin cambiar el tono de su voz ni el punto de aire que sus ojos vigilan sin descanso, se acerca a mí y me lo da. Me arropa la espalda con sus manos... y prosigue sin pausa.


Definitivamente fue… y quizá siga siendo… un niño especial. Fuimos muchos los que aprendimos juntos a vivir y me apena pensar que la mayoría se olvidó de él. Un día se cansaron de sus rarezas y sus recuerdos vivos; recuerdos sin las modificaciones con las que los años tienden a disfrazarlos. Y dejaron de escuchar en silencio sus palabras. Porque un niño no escucha, un niño habla. Cuando parecen escuchar se limitan a pensar en lo siguiente que van a decir. Me apena, sí. Porque a veces siento que está tan sólo… Otras veces creo que no necesita ninguna compañía y que por el contrario, es él el que está destinado a dárnosla a los demás.


Aún así…sé que le mimo quizá con exceso, pero me sigue gustando más la gente cuando le trata con cariño.


Los mejores momentos vienen siempre que me habla de sus primeros años de vida. Sus ojos brillan al contar cómo fue descubriendo, a veces de uno en uno, a veces en una explosión conjunta… todos los colores. Recuerda el azul de los primeros pasos. Un azul clarito, como el cielo despejado al que intentaba llegar con sus redondas manos. En ocasiones describe algún que otro color que yo no he conocido nunca, pero que imagino y me provocan cientos de sensaciones nuevas.


Habla de aquella risa naranja que le ocupaba toda la garganta al salir, y de lo bonitas que quedaban las composiciones al jugar con las risas de otros niños. ¡Qué gran variedad de color!


Uno de los episodios más entrañables, pese a su doloroso recuerdo… fue el momento en que descubrió el color amarillo. Él la quería con toda su alma, y me cuenta que aún no sabe si lo de la cámara lenta y el cabello ondeando al aire fue cierto o sólo producto de su imaginación. Pero aquel día, al verla entrar en su vida, todos los colores que conocía se le pusieron entre los ojos y las manos, y fue el niño más feliz.


La mezcla le recordaba al rojo de su mamá… pero en otra tonalidad que no había conocido hasta ese instante. Fue entonces, un tiempo más tarde, cuando el agudo amarillo hizo su macabra incisión en el mismísimo centro de ese color nuevo que acababa de descubrir. Sucedió en el momento en que la vio partir para siempre, mientras ella le decía adiós con su manita y le miraba ya de refilón con aquellos tristes ojos.


Jamás olvida la tonalidad de aquel amarillo que le inunda las retinas cada vez que llora. Y así fue como descubrió la sensación de peligro que formaban las vetas amarillas acechando entre el último tono de rojo que había conocido, pero que tampoco quiso olvidar.


Le quedaba sin embargo el consuelo de que, como todos los niños, sabía disfrazar y perder con prontitud los colores feos. Recuerda cómo aprendió entonces que el rojo y el amarillo son los padres del naranja, y aunque con sólo media boquita… volvió a sonreír. Esos tres inmiscibles colores le recordaban irremediablemente al fuego. Naranja de felicidad, rojo de amor y amarillo porque… porque tarde o temprano el amor siempre duele de alguna forma. Y así, en una misma paleta, siempre llevaba consigo el calor hogareño y la furia abrasadora de una misma lumbre. Después siempre supo compararlo con ese sabor agridulce que tienen los besos; sobre todo los que mueren sin llegar a ser nunca compartidos.


Es por estas cosas que me pierdo escuchándole en cada momento del día. Cada minuto al que quiero sacar partido.


Es cierto también que a veces le dejo un tiempo a su aire y no le hago demasiado caso, pero en esos momentos la tristeza se apodera de mí y vuelvo a llamarle con insistencia.


Pienso en él… siempre dispuesto a hacer relativo lo obvio, a colorear el blanco y el negro, a matizar a su especial modo todas las situaciones que nos envuelven, siempre dispuesto sí… siempre tan niño…


Y le busco sin descanso entre mis pinturas. Miro de nuevo mis lápices de colores, los muñecos de mi cama o las flores del jardín… y en la primera sonrisa que veo aparecer… le encuentro.


Él me lo dice, me lo recuerda a cada rato: “ No te preocupes. Siempre que temas, que llores, que te asustes sin saber por qué, siempre que quieras escuchar un ratito las palabras de ese niño que todos llevan dentro…


… sólo coloréate.”




L. F. M



Gracias por escribir estas cosas y sobre todo gracias por compartirlas conmigo y con todo el mundo ^^



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4 comentarios:

Edu dijo...

que... no se si describirlo como bonito :D me ha gustado mucho. genial escritora, envidio a todos los que saben escribir y hacer llegar algo a las personas que lo leen :)

un abrazo

Anónimo dijo...

Gracias, todo un honor aparecer en el cuaderno de bitácora. Y todo un placer escribir mientras haya gente que lea con cariño.

Anónimo dijo...

uooo
aun sigo sin palabras, estaba emocionada mientras lo leia.
pero cual es mis sorpresas al ver las iniciales de mi niña

:D
ufffff

gracias x compartirlo

asi, aunq a mi no me los pase, los leo x aki

;):P

muakkkkkkkk

Elena

Anónimo dijo...

Enhorabuena por este cuento, artista. Eres una chili mini de gran corazón y talento.

Un besazo!

Angie