jueves, 26 de marzo de 2009

Rumores del mar...

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Había vivido con esa imagen desde niño. Estuviera donde estuviera le bastaba girarse para que su vista chocara con la línea recta del Atlántico. La tierra tenía allí un límite claro, una frontera definida; los ojos, un punto donde detenerse.

En Madrid acabó por acostumbrarse al tráfico, a su calor de invernadero, al ritmo frenético impuesto a objetos y personas, pero no consiguió superar la ausencia del agua y ésta se convirtió en una idea recurrente y obsesiva: se asomaba desde aquel ático con la inconsciente esperanza de ver más allá de la franja dentada que dibujaban los edificios, abrigando la posibilidad remota de que allá al fondo se atisbara –se hubiera conformado con el espejismo- una banda azulada.

Con el fin de mitigar en lo posible esa nostalgia fue salpicando tímidamente su domicilio de detalles sugerentes. Así, junto al gel de baño colocó una irisada caracola y en el salón, sobre el equipo de música, un discreto mural con los diferentes lazos marineros.

En la cocina, extremadamente funcional y moderna, el círculo de una pecera rompía la severidad de líneas. Un pez de ojos saltones se movía nerviosamente intentando buscar una salida. En su fondo se abría y se cerraba un diminuto cofre, semioculto por el coral de plástico.

Aquellos talismanes le consolaban, pero en cuanto podía, aprovechando un puente, un fin de semana largo, huía de la ciudad despavorido y regresaba a la costa. Disfrutaba de aquellos días con la avidez de un recluta de permiso: si la meteorología se lo permitía navegaba a cabotaje en una pequeña embarcación de su propiedad y si el tiempo no acompañaba paseaba descalzo por la playa, se demoraba en el puerto platicando con los pescadores o se asomaba a los acantilados.

De aquellas escapadas volvía recuperado, como si el mar tuviera sobre él el efecto de un balneario, la efectividad de una cura de sueño. Regresaba eufórico, con las pilas cargadas y siempre con algún tesoro entre el equipaje: hoy era el timón de un viejo clipper, herido en su costado por una ingrata vía de agua, mañana un par de cabrias de bronce robadas a una olvidada goleta... el fin de semana siguiente los obenques de un velero. Llegó a hacerse con una enorme botavara que tuvo que transportar amarrada aparatosamente sobre la baca del coche.

Así fue como poco a poco su domicilio fue adquiriendo la apariencia de un barco. Aún así todo le parecía insuficiente: sustituyó entonces el entarimado de toda la vivienda por madera de boj; le resultó carísimo, pero el día que pudo recorrer las habitaciones sólo echó de menos cierta inestabilidad en sus pasos.

Sin consultar a los vecinos cambió poco después las ventanas convencionales por otras circulares con las que intentaba remedar al menos los ojos de buey de una nave.

Las cortinas fueron confeccionadas con vela cangreja. Llegados a este punto su esposa preparó entre hipidos una pequeña maleta y se fue dando un sonoro portazo: para entonces en el baño las conchas, chirlas y estrellas marinas disputaban el espacio a los utensilios de aseo y las paredes del pasillo habían sido cubiertas con la madera de un empalletado de popa.

Transformar el dormitorio en un camarote fue acaso lo más sencillo, dado que ese tipo de mueble –cierto que de demanda más juvenil- se seguía fabricando. Bastó colocar después sobre el escritorio un viejo cuaderno de bitácora entreabierto y varias tablas de navegación.

En el salón se sirvió de la columna central para hacer una réplica del palo mayor, rematándolo con drizas y andariveles. Jubiló la mesa supletoria y colocó en su hueco un añejo barril de ron. Sólo restaba llenar la librería de volúmenes rematados en cuero. No podían faltar “Moby Dick” ni “El diablo de la botella”.

Mayor obra de ingeniería supuso la construcción del acuario al fondo de la estancia. Tuvo que contar con la ayuda de un aparejador que dirigiera el proyecto y hubo que introducir, por su tamaño, la plancha de cristal a través de la terraza. Mereció, sin embargo, la pena; una vez finalizado, uno tenía la sensación de encontrarse bajo el agua. No escatimó además en gastos a la hora de recrear su fondo y de poblarlo con todas las especies necesarias para dar la imagen de un ecosistema marino. Cierto es que pasaba muchas horas cuidándolo y alimentando a sus pobladores: allá en la esquina se mimetizaba una peligrosa morena, un calamar se autoimpulsaba ahora hacia el vidrio...

Cierta tarde consideró la obra terminada. Abrió entonces una cerveza y se asomó a la calle desde el balcón. Allí, en proa, se encontró a gusto; una ligera brisa le agitaba el cabello y por un momento creyó sentir el inconfundible sabor del salitre en los labios. Hizo un repaso mental de la jornada mientras comenzó por fin a notar en los pies un ligero cabeceo del casco: nada especial que reseñar en el diario de a bordo.

Llevaba mucho tiempo sin sentir el viento en las velas, muchos días de exasperante calma chicha. En el horizonte se comenzaba a formar la figura de un pesquero; sí, allá a lo lejos, a poco más de una milla. Un transatlántico le rebasó una hora más tarde por estribor. Se enamoró como un adolescente de la mujer que le saludó con la mano desde cubierta.


Se parecía mucho a la vecina del quinto izquierda.

Aster Navas. Calma chicha.




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martes, 24 de marzo de 2009

Suena a...

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Suena a despedida triste-feliz...



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lunes, 16 de marzo de 2009

lunes, 9 de marzo de 2009

domingo, 8 de marzo de 2009

La naturaleza en la cámara de Leping Zha

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Belleza. Si algo destilan las fotografías de Leping Zha es eso: belleza.

Apenas he encontrado referencias de este fotógrafo en Internet, pero sus imágenes de la naturaleza son impactantes: transmiten serenidad y fuerza al mismo tiempo, el lado imponente de lo delicado, el lado delicado de lo imponente… pues eso: belleza.































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El derecho de soñar...

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[ La sabiduría y poesía del maestro Galeano ]

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El sembrador de estrellas...

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Por el día, es una estatua más; representa a un agricultor arrojando semillas al campo:



Por la noche, se hace la magia; es el sembrador de estrellas:



[ La estatua está en Lituania, y si bien sospecho que primero fue la estatua y luego alguien pintó el graffiti en el muro, no deja de ser bonito :-) ]

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martes, 3 de marzo de 2009

Chirigotas. Carnavales de Cádiz.

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Las muchachas del congelado:




Los enterados:




Salón de belleza el Tijeritas:




Los pichas de Cai:




Los que salimos por gusto:




Lo que diga mi mujer:




Los que cosen pa la calle:




To paella:



Clinica dental Nuestra Sra. de las Angustias y los Dolores:




El que la lleva la entiende 1:

http://www.youtube.com/watch?v=7uhi_YWpK58


El que la lleva la entiende 2:

http://www.youtube.com/watch?v=G07YP-ZPFYE

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lunes, 2 de marzo de 2009

...por las calles de Madrid...

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fuera del tiempo

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"Bajo el globo caen los copos.

Ante los ojos de mi memoria, sobre la mesa de la señorita, mi maestra hasta la clase de los mayores del señor Servant, se materializaba la pequeña bola de cristal. Cuando nos habíamos portado bien, se nos permitía darle la vuelta y sostenerla en la palma de la mano hasta que cayera el último copo al pie de la torre Eiffel cromada. Aún no había cumplido siete años y ya sabía que la lenta melopea de las pequeñas particulas algodonosas prefigura lo que siente el corazón durante una gran alegría. La duración se ralentiza y se dilata, el ballet se eterniza en la ausenia de obstáculos, y cuando se posa el último copo, sabemos que hemos vivido ese instante fuera del tiempo que es la marca de las grandes iluminaciones. A menudo, de niña, me preguntaba si estaría a mi alcance vivir instantes semejantes y hallarme en el corazón del lento y majestuoso ballet de copos, liberada por fin del tedioso frenesí del tiempo.

¿Es eso acaso, sentirse desnuda? Libre del cuerpo de todo vestido, el espíritu no se libera sin embargo de sus aderezos. Pero la invitación del señor Ozu había provocado en mí el sentimiento de esa desnudez total que es la del alma sola y que, nimbada de copos, provocaba ahora en mi corazón una suerte de deliciosa quemazón.

Lo miro.

Y me zambullo en el agua negra, profunda, helada y exquisita del instante fuera del tiempo."




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Where do my bluebird fly

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domingo, 1 de marzo de 2009

[ w a b i ]

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"Es un mensajero mascando un chicle para elefantes, a juzgar por el vigor y la amplitud maxilar que esta masticación requiere.

- ¿La señora Michel? -pregunta.
Me planta un paquete en las manos.
- ¿No tengo que firmar nada? -inquiero.
Pero ya ha desaparecido.

Es un paquete rectangular envuelto en papel de estraza y sujeto con un cordel, como los que se utilizan para cerrar los sacos de patatas o para pasear por la habitación un tapón de corcho para divertir al gato y obligarlo a hacer el único ejercicio al que se presta. De hecho, este paquete con cordel me recuerda a los envoltorios de seda de Manuela pues aunque, en su género, el papel sea por naturaleza más rústico que refinado, hay en el esmero puesto en la autenticidad del empaquetado algo similar y profundamente adecuado. Se observará que la elaboración de los conceptos más nobles parte de lo trivial más tosco. Lo bello es la adecuación es una idea sublime surgida de las manos de un mensajero rumiante.

La estética, a nada que uno reflexione sobre ello con una pizca de seriedad, no es sino la iniciación a la Vía de la Adecuacción, una suerte de Vía del Samurai aplicada a la intuición de las formas auténticas. Tenemos todos anclado en nostros el conocimento de lo adecuado. Este conocimiento es lo que, en cada instante de nuestra existencia, nos permite aprehender la esencia de la cualidad de lo adecuado y, en esas raras ocasiones en que todo es armonía, disfrutar de ello con la intensidad requerida. Y no hablo de esa suerte de belleza que es dominio exclusivo del Arte. Quienes, como yo, se siente inspirados por la grandeza de las cosas pequeñas, la buscan hasta en el corazón de lo no esencial, allí donde, ataviada con indumentaria cotidiana, surge de cierto ordenamiento de las cosas corrientes y de la certeza de que es como tiene que ser, de la convicción de que está bien así.

Desato el cordel y quito el papel. Es un libro, una hermosa edición encuadernada en cuero azul marino, de grano grueso, muy wabi. En japonés, el término wabi significa una forma desdibujada de lo bello, una clase de refinamiento disfrazado de rusticidad. No sé muy bien qué querrá decir eso, pero esta encuadernación es indiscutiblemente wabi.

Me calzo las gafas y descifro el título."

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