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Y aquella noche, una Alicia más durmió feliz.
Subiendo la cuesta, él se lo había dicho. Su maravilloso duende, aquel al que empezaba a querer, le había dicho que allá en el fondo, aquella curva blanca que brillaba en el cielo, era la sonrisa burlona de un gato que todo lo sabía.
Cualquier noche hubiera sido la cuna de algún niño que llora cada cierto tiempo. Pero no aquella noche… Aquella noche sólo podía ser una sonrisa.
Era obvio pensar que un día como ese terminara con una radiante sonrisa en el cielo. Una sonrisa que calma, que apacigua… que presagia y recuerda que todo está bien. Una sonrisa que desdibuja las distancias.
Sin duda, esa noche todos fuimos un poco Alicia y pudimos ver aquellos felinos ojos clareando sobre la luna.
L.F.M.
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